sábado, 20 de septiembre de 2014

«El paraíso del tonto solemne», falsas pruebas de paternidad para “La ansiedad del escapista” de Pepe Ramos*


            Estoy leyendo a Nicanor Parra. Estoy leyendo a Pepe Ramos. Juego a encontrar las semejanzas y diferencias que hay entre ellos. Es un ejercicio de entretenimiento y, al mismo tiempo, de aprendizaje; incluso, por qué no, de erudición. No puedo evitar recordar a Pepe delante del micro, el sombrero calado hasta los ojos y esa capa de humildad tan palpable que lo caracteriza. Lleva mucho tiempo recitando en público, y, sin embargo, todavía tiembla. No soy amiga de comparaciones gratuitas, sin embargo, esta imagen me arrastra inevitablemente a una figura mítica (para mí casi paterna) que nos vino a descubrir Parra: la del antipoeta, personaje antiheroico que saca a la luz lo oculto, vuelve sospechoso lo evidente, sin dejar de hacer gala de su humor, ironía y sarcasmo en toda ocasión. El chileno que inventó la antipoesía y nos dio a probar versos que no obedecen a un modelo literario, sino al lenguaje prosaico hablado en la vida cotidiana. “Durante medio siglo / la poesía fue / el paraíso del tonto solemne” declaró entonces, casi a modo de manifiesto, Nicanor Parra. Y cuánta razón tenía.
            A día de hoy, Pepe Ramos hace lo propio en La ansiedad del escapista, un poemario cercano al lector, cómplice, que emplea un léxico alejado de la metáfora y el artificio que caracteriza a la poesía de corte tradicional, pero no por ello menos valioso ni de una calidad inferior. Los versos del poeta giran en torno a un motivo principal: la huida, el ocultamiento a través de la palabra, del lenguaje, que es tan propio en el creador, en el artista. Así, Pepe Ramos escribe: “Tomar la palabra como vehículo de huida desnudando de ataduras y pudor la inquietud. Hacer de la evasión un arte burlesco, una suerte de striptease macabro en el que descarnarse, hacerse reversible ante todo y víscera a víscera escapar.” Este fragmento en prosa es una revelación, una declaración de intenciones. La ansiedad impregna algunos de los poemas más bellos, con imágenes claras, impactantes: “Una mariposa bate sus alas en Pekín / y a mí me falta el aire” o en este otro: “pero ya no le resultan extrañas/ la angustia, la ansiedad del escapista, / la blanca oscuridad de las migrañas, / pasar la noche al filo de una arista.”
            Tampoco podría faltar el componente crítico, mordaz, ácido. En el libro encontramos poemas en los que el materialismo desaforado se presenta como un sueño demasiado real: “Sueño que compro… objetos que solo tienen valor para los seguidores de Freud o Lacan, objetos inútiles en la vigilia”; otros en los que la referencia metaliteraria queda patente, pese a estar enmascarada tras el humor como en “Texto para corona fúnebre”, que reza de la manera siguiente: “Me gusta cuando callas / pero esto ya es excesivo”. Me pregunto qué opinaría el círculo de Luis García Montero si descubriesen qué es “la otra sementalidad”, concepto poético acuñado con gran acierto por el poeta, que trata de soterrar los embates del desengaño amoroso.         
            La hipocresía de la sociedad, la pérdida de los valores y la especulación feroz, -incluso en el terreno de los sentimientos-, pasan al primer plano en los versos de Pepe Ramos, quien no tiene ningún pudor en mostrar las vetas más demoledoras de la existencia, hasta el extremo de reírse de sí mismo, de manera que la burla se extienda al conjunto de creadores: “Siga probando, / hay miles de buenos poetas” (en “Rasca y gana”). Por último, me gustaría señalar que el texto que concentra más claramente mi atención es el que lleva por título “El ególatra o la insoportable vanidad del ser”. Los poetas que no se vean reflejados en este brillante «canto a uno mismo» (que el ilustre Whitman me perdone) es que no valoran ni un ápice su poesía. El poeta, por norma, se dice “primerísima persona”, “salvador de la especie” y, por si fuera poco, “eslabón ganado”. Pepe Ramos no hace nada más que ponernos delante del espejo y darnos una palmadita cariñosa en la espalda, como queriendo repetir la sarcástica fórmula del famoso “Test” que ya pronunciase el padre de la antipoesía.
            Ahora bien, ¿es poesía o antipoesía lo que alberga La ansiedad del escapista? Yo me despido aquí, porque ya he cumplido con mi parte. Por fin ha llegado su turno, estimado lector:

            “Marque con una cruz

            la definición que considere correcta.”




*La ansiedad del escapista de Pepe Ramos, Ediciones La Competencia, 2014

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