El que mira desde fuera por una ventana abierta
no ve nunca tantas cosas como el que mira una ventana cerrada.
(Charles Baudelaire)
De su rostro en el cristal prendado
no deduzco sino el primer recuerdo:
trotaba
era un caballo distinto en las llanuras de América
sus crines largas de libertad y llanto y clases
de un grado en literatura comparada.
Lejos
ella quería irse lejos del establo
del estado sitio irrespirable patria bajo su piel agujero.
Ahora los labios se reconocen al contacto
con el cristal su pelo es el sol de las cinco
y media de la tarde falsamente tibia
tras los muros de esta biblioteca
que podría ser cualquier biblioteca de invierno.
Negocian esos ojos negocian consigo mismos
y ya no es la extranjera azul sino una mujer
que sueña un regreso postergado y ese amor
que ya nunca volverá a repetirse.
Dentro de su jersey bosteza
un libro que roza el anonimato.
Los párpados se hacen escudo rojo y su risa
no puede traducirse a nuestro idioma.
Luego tal vez me marcharé despacio
y no sabrá de mi rostro en el cristal prendado
que al igual que el suyo es sólo un fragmento
reducto triste de otra filología.
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